Fragmento: Una temporada en el infierno – Arthur Rimbaud

Una temporada en el infierno. Una obra fundamental de la literatura, rescatada de un sótano!

He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. He tratado de inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevos idiomas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien! ¡debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos!

¡Bella gloria de artista y de narrador perdida!

 

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Una temporada en el infierno

Antaño, si mal no recuerdo, mi vida era un festín donde se abrían todos los corazones, donde todos los vinos corrían.

Una noche, senté a la Belleza en mis rodillas. — Y la encontré amarga. — Y la injurié. Me armé contra la justicia.
Hui. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh cólera, a vosotras os he confiado mi tesoro!

Logré desvanecer de mi espíritu toda esperanza humana. Sobre toda alegría para estrangularla di el salto sordo de la bestia feroz.

Llamé a los verdugos para morder, mientras agonizaba, la culata de sus fusiles. Llamé a las plagas, para ahogarme con la arena, la sangre. La desdicha fue mi dios. Me revolqué en el fango. Me sequé con el aire del crimen. Y le di buenos chascos a la locura.

Y la primavera me trajo la horrenda risa del idiota.

Ahora bien, hallándome hace muy poco a punto de lanzar el último ¡cuac! soñé recuperar la llave del antiguo festín, en donde tal vez recobraría el apetito.

Esta llave es la caridad. — ¡Tal inspiración prueba que he soñado!

«Seguirás hiena, etc…», exclama el demonio que me coronó con tan amables adormideras. «Gana la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales».

¡Ah! Estoy harto de eso: — Pero, querido Satán, os conjuro, ¡una mirada menos iracunda! y a la espera de algunas pequeñas vilezas rezagadas, para ti que aprecias en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, desprendo estas pequeñas aborrecibles hojas de mi carnet de condenado.

MALA SANGRE

Heredo de mis antepasados galos los ojos azul-blancos, el juicio estrecho, y la torpeza en la lucha. Considero mi vestimenta tan bárbara como la suya. Pero no engraso mis cabellos.

Los galos fueron los desolladores de bestias, los incendiarios de hierbas más ineptos de su tiempo.

De ellos, heredo: la idolatría y el amor al sacrilegio; — ¡oh! todos los vicios, cólera, lujuria, — magnífica, la lujuria; — y sobre todo mentira y pereza.

Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos plebe, innobles. La mano que maneja la pluma vale tanto como la que conduce el arado. — ¡Qué siglo de manos! — Yo nunca tendré mano. Además, la domesticidad lleva demasiado lejos. Me exaspera la honradez de la mendicidad. Los criminales repugnan como los castrados: en cuanto a mí, estoy intacto, y me da lo mismo.

¡Pero! ¿quién hizo mi lengua tan pérfida como para que guiara y protegiera hasta ahora mi pereza? Sin servirme de mi cuerpo ni siquiera para vivir, y más ocioso que el sapo, he vivido en todas partes. No existe una familia de Europa que no conozca. — Hablo de familias como la mía, que lo deben todo a la declaración de los Derechos del Hombre. — ¡He conocido cada hijo de familia! …

Fuente: Tajamar Editores

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